Su nombre era Israel Kamakawiwo’ole, pero todos en Hawái lo llamaban “Iz”.
No era una estrella de pop, no llenaba estadios ni salía en portadas de revistas.
Pero un día, tomó un ukelele, pidió un estudio vacío a las 3 de la mañana, y grabó…
la que muchos consideran la canción más hermosa del mundo:
“Somewhere Over the Rainbow / What a Wonderful World.”
Solo bastó una toma. Un micrófono. Un corazón roto y una voz que parecía flotar.
Israel pesaba más de 300 kilos.
Vivía con problemas respiratorios, luchaba por caminar y sabía que no le quedaba mucho tiempo.
Pero su voz… su voz estaba intacta.
No compuso la letra, pero la hizo suya de una forma que nadie había logrado antes.
Convirtió una canción de esperanza en un susurro desde el cielo.
Una despedida dulce. Una promesa de paz.
Mientras su cuerpo se apagaba, su música se volvía inmortal.
Murió a los 38 años.
Y aunque en vida muy pocos sabían quién era, hoy su canción suena en películas, bodas, funerales, nacimientos y despedidas.
Millones han llorado con ella.
Pero casi nadie ha visto su rostro.
No fue un artista de fama mundial.
Fue un alma pura que regaló belleza antes de irse.
Y lo hizo sin pedir nada a cambio.
Esa es la magia de Iz.
Y por eso muchos dicen que escribió la canción más bonita del mundo… antes de morir.
